Jaime Poch da vueltas en la cama, son ya las cuatro de la mañana pero no puede dormir porque sus pensamientos se enmarañan con el estómago, que le agarra el alma como un cepo. Le pica todo el cuerpo, se gira, se medio duerme, se despierta otra vez y enseguida piensa en lo mismo: que nunca ha tenido novia y que lo más seguro es que nunca vaya a tenerla.
Incluso le cuesta ir por la calle porque no puede soportar la idea de ver a una pareja cogida de la mano. Con sus amigos ya hace tiempo que dejó de ir a discotecas por no ver a gente enrollándose. La semana pasada quedó con Francesc, en teoría uno de sus mejores amigos, y le devolvió el libro que éste le había dejado hacía poco. Mujeres, de Bukowski.
-¿Te ha gustado?
-Pues lo he dejado, porque en la página 8 el protagonista se lía con una chica y me he rayado.
No se siente capaz de gustar a nadie y tampoco afronta la idea de intentarlo. Un rechazo es para él un trauma profundo, un terremoto devastador en su historia personal, y teniendo en cuenta que cada vez que se mira en el espejo se deprime, prefiere ir pasando los días con la leve esperanza de que en algún momento las cosas cambien. Pero no pasa nunca. Sólo se ve con Marta, podría decirse que su mejor amiga si no fuera porque le parece infantil, poco interesante en líneas generales, demasiado bajita y gorda y con las orejas de soplillo. La verdad es que le avergüenza ir a su lado y que alguien piense que es su novia. Jaime aspira a una chica alta, rubia, con curvas, una chica parecida a cualquiera de las que aparecen en su colección de películas porno. Todo lo demás le da lo mismo.
-No quiero estar contigo porque me das asco físicamente -le dijo una vez a Marta, cuando a ella se le ocurrió preguntar por qué no podían ser pareja.
Le gustan las rusas. De hecho, se ha puesto en contacto con un conocido para que le pase un catálogo con fotografías de mujeres a las que podría tener por 3.000 euros. Ciudadanas rusas que por esa cantidad estarían una semana viviendo con él, de cara a un futuro matrimonio que las sacaría de su país. Es una idea que tiene en estudio y que en cierto modo, ahora que la oscuridad le agobia, que cualquier ruido de la calle quiebra el más mínimo atisbo de sueño, le consuela, le parece una salida adecuada a su situación.
Al día siguiente ha quedado de nuevo con Francesc. Siempre evita pensar en el hecho de que es el novio de la amiga inseparable de Marta, Elena, joven, voluptuosa, de cara aniñada y ojos verdes. Aunque ahora no les va muy bien, jamás los habría presentado si hubiese intuido que podía surgir la chispa entre ellos. Ya hace dos años que son novios, pero Jaime no deja de masturbarse pensando en sus grandes pechos. Por otro lado, y como ya le ha dicho a Francesc, se niega a quedar en plan de parejas. No soporta ver cómo los demás sí han conseguido su dosis de cariño con una novia guapa, y no con un desecho como Marta.
Se encuentra con él en Plaza Universidad y caminan hacia la cervecería Luxemburgo.
-Vaya, se me ha olvidado sacar dinero -dice Jaime, una vez dentro.
-No importa, ya te invito yo -piensa Francesc, aunque por dentro le incomoda la sensación de que esos despistes de Jaime, siempre cuando ya están dentro del bar, son demasiado frecuentes.
Francesc le empieza a explicar sus problemas con Elena. De todos modos, se le hace muy extraño hablar de asuntos personales con Jaime. Las conversaciones con él normalmente giran en torno a nuevas marcas de reproductores Mp3, auriculares con componentes especiales o juegos de ordenador. Sin embargo, ese día necesita que alguien le escuche.
-Elena y yo somos muy distintos. A veces me siento muy frustrado porque no nos entendemos, y me da por pensar que quizá lo mejor sería dejarlo.
-Bueno, no sé. Tú mismo.
-Por cierto, no le cuentes nada de esto a Marta. Ya sabes que no se calla y se lo diría todo a Elena.
-Claro, tranquilo.
Salen de la cervecería y deciden ir al bar Inside. En el camino, Francesc le recuerda que tiene que sacar dinero. Cuando llegan y el camarero les toma nota, Jaime dice:
-Yo de momento no tomaré nada.
Y Francesc saben que saldrán de allí sin que su amigo beba nada en absoluto.
Se despiden en Plaza Cataluña y Jaime entra al Fnac. Sube al segundo piso, durante media hora examina todos los auriculares expuestos y al final se compra uno con gomas reforzantes y enganches de oro por 350 euros. Toma el metro, baja en su barrio y va a buscar a Marta. Han quedado para pasear hasta la hora de la cena.
-¿Cómo te ha ido con Francesc? -le pregunta la chica mientras caminan hacia la rambla.
-Bien. Me ha dicho que quiere dejarlo con Elena porque ya no la aguanta más.
-¿En serio?
Cuando Jaime Poch llega a casa, introduce los auriculares en su equipo de música, pone un CD y piensa que las gomas reforzantes hacen que los bajos suenen con una frecuencia de sonido más rica.
Incluso le cuesta ir por la calle porque no puede soportar la idea de ver a una pareja cogida de la mano. Con sus amigos ya hace tiempo que dejó de ir a discotecas por no ver a gente enrollándose. La semana pasada quedó con Francesc, en teoría uno de sus mejores amigos, y le devolvió el libro que éste le había dejado hacía poco. Mujeres, de Bukowski.
-¿Te ha gustado?
-Pues lo he dejado, porque en la página 8 el protagonista se lía con una chica y me he rayado.
No se siente capaz de gustar a nadie y tampoco afronta la idea de intentarlo. Un rechazo es para él un trauma profundo, un terremoto devastador en su historia personal, y teniendo en cuenta que cada vez que se mira en el espejo se deprime, prefiere ir pasando los días con la leve esperanza de que en algún momento las cosas cambien. Pero no pasa nunca. Sólo se ve con Marta, podría decirse que su mejor amiga si no fuera porque le parece infantil, poco interesante en líneas generales, demasiado bajita y gorda y con las orejas de soplillo. La verdad es que le avergüenza ir a su lado y que alguien piense que es su novia. Jaime aspira a una chica alta, rubia, con curvas, una chica parecida a cualquiera de las que aparecen en su colección de películas porno. Todo lo demás le da lo mismo.
-No quiero estar contigo porque me das asco físicamente -le dijo una vez a Marta, cuando a ella se le ocurrió preguntar por qué no podían ser pareja.
Le gustan las rusas. De hecho, se ha puesto en contacto con un conocido para que le pase un catálogo con fotografías de mujeres a las que podría tener por 3.000 euros. Ciudadanas rusas que por esa cantidad estarían una semana viviendo con él, de cara a un futuro matrimonio que las sacaría de su país. Es una idea que tiene en estudio y que en cierto modo, ahora que la oscuridad le agobia, que cualquier ruido de la calle quiebra el más mínimo atisbo de sueño, le consuela, le parece una salida adecuada a su situación.
Al día siguiente ha quedado de nuevo con Francesc. Siempre evita pensar en el hecho de que es el novio de la amiga inseparable de Marta, Elena, joven, voluptuosa, de cara aniñada y ojos verdes. Aunque ahora no les va muy bien, jamás los habría presentado si hubiese intuido que podía surgir la chispa entre ellos. Ya hace dos años que son novios, pero Jaime no deja de masturbarse pensando en sus grandes pechos. Por otro lado, y como ya le ha dicho a Francesc, se niega a quedar en plan de parejas. No soporta ver cómo los demás sí han conseguido su dosis de cariño con una novia guapa, y no con un desecho como Marta.
Se encuentra con él en Plaza Universidad y caminan hacia la cervecería Luxemburgo.
-Vaya, se me ha olvidado sacar dinero -dice Jaime, una vez dentro.
-No importa, ya te invito yo -piensa Francesc, aunque por dentro le incomoda la sensación de que esos despistes de Jaime, siempre cuando ya están dentro del bar, son demasiado frecuentes.
Francesc le empieza a explicar sus problemas con Elena. De todos modos, se le hace muy extraño hablar de asuntos personales con Jaime. Las conversaciones con él normalmente giran en torno a nuevas marcas de reproductores Mp3, auriculares con componentes especiales o juegos de ordenador. Sin embargo, ese día necesita que alguien le escuche.
-Elena y yo somos muy distintos. A veces me siento muy frustrado porque no nos entendemos, y me da por pensar que quizá lo mejor sería dejarlo.
-Bueno, no sé. Tú mismo.
-Por cierto, no le cuentes nada de esto a Marta. Ya sabes que no se calla y se lo diría todo a Elena.
-Claro, tranquilo.
Salen de la cervecería y deciden ir al bar Inside. En el camino, Francesc le recuerda que tiene que sacar dinero. Cuando llegan y el camarero les toma nota, Jaime dice:
-Yo de momento no tomaré nada.
Y Francesc saben que saldrán de allí sin que su amigo beba nada en absoluto.
Se despiden en Plaza Cataluña y Jaime entra al Fnac. Sube al segundo piso, durante media hora examina todos los auriculares expuestos y al final se compra uno con gomas reforzantes y enganches de oro por 350 euros. Toma el metro, baja en su barrio y va a buscar a Marta. Han quedado para pasear hasta la hora de la cena.
-¿Cómo te ha ido con Francesc? -le pregunta la chica mientras caminan hacia la rambla.
-Bien. Me ha dicho que quiere dejarlo con Elena porque ya no la aguanta más.
-¿En serio?
Cuando Jaime Poch llega a casa, introduce los auriculares en su equipo de música, pone un CD y piensa que las gomas reforzantes hacen que los bajos suenen con una frecuencia de sonido más rica.