martes, 21 de agosto de 2007

Cena para cuatro

La verdad es que sólo le apetecía quedarse toda la noche en el sofá, viendo los partidos de fútbol de la Copa América y acabando con las latas de cerveza de la nevera, pero Marta había insistido mucho con aquella cena y no le quedaba más remedio que acompañarla. Ella bajaba por las escaleras con un elegante vestido de color negro y oliendo a perfume. Apenas decía nada. Explotó cuando se metieron en el coche.
-Gracias por ir tan arreglado.
Adolfo llevaba un chándal de poliéster azul y blanco.
-¿Es tu mejor amiga, no? ¿Qué más da?
-Sabes que me hacía mucha ilusión esta cena.
Estuvieron en silencio hasta que lograron aparcar y caminaron en direccion al restaurante. En la puerta, les esperaban una chica muy delgada, vestida con un conjunto de blanco, y un tipo con camisa y pantalones que apretaba los ojos detrás de sus gafas de pasta, mientras su boca se abría y enseñaba mil dientes. La chica se llamaba Juana y trabajaba con Marta de enfermera en un hospital privado. Les presentó a su novio, Marcos, que se esforzaba en poner caras de simpatía y que miró a Adolfo de arriba abajo cuando le tendió la mano.

El lugar era muy agradable. Enseguida les llevaron a la mesa, junto a un ventanal que daba a un pequeño jardín.
-A nosotros también nos gusta mucho comer en bufés libres. Otro día podríamos ir -dijo Juana.
Marta observó de reojo a Adolfo, que tras fumarse un cigarrillo estaba demasiado ocupado con los canapés de aperitivo.
-Esos sitios están bien -siguió Juana. Puedes coger lo que quieras y sueles pagar poco.
Adolfo levantó la vista. Y quizá por eso, Marcos le preguntó su opinión al respecto.
-Bueno...
-A Adolfo no le gustan -se apresuró a aclarar Marta.
-¿Por qué? -insistió Juana.
-No me gusta tener que levantarme a coger la comida. Los platos son de mala calidad y acaban manoseados. Y además no le veo el sentido a acabar con un plato lleno de cosas que no tienen que ver y que están todas igual de malas.
Marta se alivió al ver que Juana se reía.
-Tu novio es sincero. Eso está bien.
Llegó un camarero. Pidieron los platos y al final les preguntó qué querían para beber. Marcos iba a decir algo, pero Juana se le adelantó y entonces él asintió con los ojos cerrados:
-Nosotros un agua.
-Yo también -añadió Marta.
-¿Y usted?
-Para mí una sangría, por favor -dijo Adolfo.
-¿Una copa?
-No, una sangría. Una jarra, quiero decir.
-Tenemos jarras de medio litro.
-No. Quiero la más grande. La de litro y medio.
Marcos rió.
-Te gusta beber, ¿eh?
-Sí.
Y Adolfo miró al plato, terminó con el último canapé y encendió otro cigarrillo.
Un rato después, Marta enrojeció cuando pusieron la jarra junto a su novio y éste empezó a servirse sin complejos. Por suerte ya estaban charlando sobre el trabajo, lo que servía para mantener una apariencia de atmósfera convencional e inofensiva. Marcos era informático y hablaba de los nuevos proyectos que estaba desarrollando, así como de los problemas que generaba la clientela en una empresa de creación de páginas web. Adolfo, que terminaba las copas rápidamente, se limitaba a prestar atención sin decir nada. Hasta que le preguntaron a qué se dedicaba.
-Trabajo como dependiente en una librería.
-Una librería -dijo Juana-. Oh, me encantan los libros. Hace poco nos leímos uno precioso de José Saramago. Ensayo sobre la ceguera.
-Sí, está muy bien -asintió Marcos, de nuevo con los ojos cerrados.
-Era realmente hermoso.
-Es muy bueno, la verdad. ¿Te acuerdas? Me lo dejaste -comentó Juana.
-Sí, cuando me gusta un libro necesito que mis amigos lo lean. No me puedo quedar yo sola con todo lo que me ha hecho sentir. Y ese libro es tan profundo... Te hace reflexionar sobre la sociedad actual. En el fondo todos somos unos salvajes. La naturaleza humana es triste.
-A mí me impactó -dijo Marcos. Es increíble, es tan... vanguardista...
-Exacto -Marta jugaba con la base de su copa. Esa manera de poner los diálogos me parece genial. Es un autor diferente.
En ese momento trajeron los primeros platos. Juana se quedó mirando a Adolfo mientras revolvía su ensalada de frutos secos.
-A ti te gustará mucho leer, ¿no? Si trabajas en una librería...
-Pues no. No demasiado. Quizá los diarios deportivos.
-Ah.
-Pero ahora con lo que disfruto es con los vídeos de Youtube -Adolfo hablaba con la boca abierta mientras comía.
-Ah, sí -dijo Marcos. A mí me suelen pasar unos vídeos muy cachondos y muy buenos. Cosas como Calico Electrónico, ¿verdad?
-¿Eh? No, para nada. Por ejemplo, me gusta mucho el vídeo de un moro que está hablando y de repente le pegan una colleja. Es una obra maestra.
-¿Qué? -inquirió Juana.
-Sí, bueno. Un moro, frente a la pantalla. Habla lleno de emoción. De repente, alguien que está a su espalda le suelta una colleja. Para mí eso es arte.
Ya hacía rato que Juana contemplaba a Adolfo con los ojos muy abiertos.
-¿La agresión a un magrebí te parece arte?
-No, a ver. No lo veas así. No me importa que sea... magrebí. Pero lo cierto es que lo es.
Marcos decidió participar:
-¿Te hacen gracia esos vídeos de agresiones a mendigos?
-Joder, no es lo mismo.
-No habla en serio -dijo Marta.
-¿Tan difícil es de entender? Claro que hablo en serio. Me da igual que sea un moro, pero lo es, y la verdad es que en ese momento me parece gracioso.
Marta se apresuró a introducir como pudo la historia de aquel chico que, el mes pasado, había llegado al hospital tras recibir una paliza en una discoteca. Deseaba enfriar de alguna manera las palabras de Adolfo y procurar que se callara, sobre todo teniendo en cuenta que ya llevaba cinco copas de sangría. Trajeron el segundo plato y la conversación tuvo ciertos intentos de volver a animarse. Adolfo no dijo nada más. Pero cuando hablaban sobre la necesidad de viajar mucho y visitar los lugares culturales más importantes, ocurrió algo definitivo que hizo que todos permanecieran en silencio y que tratasen de acabar con sus platos lo más rápido posible.
Un eructo rotundo y salvaje brotó de los labios de Adolfo y se expandió por toda la sala.
Cuando todos se levantaban, intentó terminar de un trago la sangría que quedaba al fondo de la jarra.

Marta no le habló hasta que se acercaron al coche.
-¿Cómo vas a conducir tú? Por favor, estás borracho.
Mientras llevaba el volante, la mirada de Marta era muy seria y húmeda.
-Espero que estés contento.
-¿Por qué iba a estar triste?
-¿Sabes qué creo? Que no eres una persona cabal.
-Bien.
-¿Te parece normal lo que ha pasado? ¿No te preocupa?
-Marta, sé muy bien que te avergüenzas de mí, así que no entiendo a qué viene esto ahora. Y si te digo la verdad, lo único que me preocupa es llegar a tiempo a casa para ver el último partido.
-Ni se te ocurra fumar en el coche -le dijo a Adolfo con indisimulada agresividad.

A la salida del restaurante, y tras una despedida algo fría, Marcos agarró a Juana del brazo cuando se encontraban a una distancia prudencial de la otra pareja.
-Menudo elemento, ¿eh?
-Sí...
Marcos continuaba hablando sobre Adolfo mientras paseaban por la calle.
-Guarro, maleducado, y encima racista. Qué joya. No tiene nada que ver con tu amiga. No entiendo que sean novios.
-Bueno, ella sabrá.
Juana miró hacia el cielo, lleno de estrellas.
-¿Y ese chándal que llevaba puesto? ¿Se puede ser más cutre?
-Bueno, ya vale, Marcos.
-Tú has visto lo mismo que yo.
-Sí, pero es el novio de mi amiga. Una gran amiga, para serte más clara. Y no me gusta que estés hablando de él de esa manera.
Entonces Marcos asintió otra vez con los ojos cerrados tras las gafas.
-De acuerdo. Perdona.
Se calló. Pero Juana ya no pudo librarse de la idea de quitarle las gafas, tirarlas al suelo y pisotearlas.