lunes, 19 de febrero de 2007

Un carnaval guay

El sábado por la noche voy al Irlandés, y allí me encuentro con mi amigo Javier. Sin embargo, en mi pueblo los días de fiesta la gente no quiere ir al Irlandés, sino al Terraneu, nombre de un pabellón deportivo en el que se suele organizar una especie de discoteca. Enseguida Javier me propone ir allí.
-No sé, creo que me acabo éste y me voy a casa.
Pero insiste, y acepto. Me giro y lo veo hablando con una manzana verde gigante con gafas.

Panorama del Irlandés. En primer plano, un despistado

Caminamos hacia el Terraneu. En principio, a esas horas ya no hay que pagar. Y en este punto es donde tengo que hablar de Bob. Su hermano se llama George. Sus padres no son de Estados Unidos ni Inglaterra, sino campesinos de Málaga, así que el por qué de esos nombres es algo que sólo se podría entender leyendo los posos de café.
A Bob lo tengo visto del gimnasio. Es un tipo alto y ancho, lleno de músculos y con una extraña cara de cafre al puro estilo Poli Díaz. En el gimnasio, entre otras cosas, habla a gritos sobre los polvos que le ha metido a su novia ese fin de semana, se quita la camiseta y hace los ejercicios impregnando de sudor todas las máquinas, y se queja al encargado sobre todo lo que no está bien en la sala y cómo lo arreglaría él. Frecuentemente habla de peleas y de situaciones donde debe imponerse "el que tenga más huevos". Cómo no, ha trabajado como encargado de seguridad del Irlandés. Recuerdo que hace unos años fui allí con una chica a la que él conocía.
-¿Quién es ése? -le preguntó a ella. ¿Tu novio? Pues la debe de tener muy grande.
Sospecho que no le caigo muy bien, por toda una serie de motivos que sería prolijo explicar. Cuando Javier y yo llegamos al Terraneu, resulta que Bob está en la puerta trabajando como encargado de seguridad y controlando quién entra y quién no. Javier lo conoce, así que se le acerca.
-¿Podemos pasar, Bob?
Bob me contempla unos segundos.
-Tú sí -le dice a Javier. Pero tu amigo tiene que pagar.

Bob viene a ser algo así. Su hermano, también.

Me mira con su cara de miserable gusano intentando expresar superioridad. Lo comprendo, porque probablemente en ninguna otra ocasión en la vida va a poder demostrar cierta autoridad sobre mí, por ridícula que sea. Yo estoy cansado y no me apetece meterme allí, y menos pagando.
-Me voy.
Pero Javier se empeña en invitarme. Acepto, porque a fin de cuentas antes le he invitado a una copa. Cuando le doy la entrada a Bob, miro hacia adelante con todo el desprecio del que soy posible, para expresar de la mejor manera lo insignificante que me parece su existencia, como si le estuviera entregando ese billete a un cagarro con brazos.
Una vez dentro, lo de siempre. Una sala con mucho ruido, con mucho frío, con mucha gente. Copas muy cortas de alcohol, igual de caras que en los otros sitios y encima en vasos reciclables de plástico. Intentar que te sirvan en la barra es una proeza. Los camareros sólo sirven a chicas, las camareras sólo a sus amigos y en general hay que apostarse como mendigos suplicando por su ración de pan. Veinte minutos después tenemos al final dos copas, por llamarlas de algún modo. El primer sorbo no deja lugar a la duda: es garrafón de la más vil estirpe.
A pesar de todo, el Terraneu se llena siempre, todo el mundo quiere ir. La gente parece feliz allí disfrazada, temblando bajo sus ligeros disfraces, sin poder hablar por el ruido. Hasta José Rodríguez el guapo, disfrazado de payaso -que por cierto le queda muy apropiado-, se acerca y me saluda.

Un escarmentado de los carnavales de mi pueblo. Ni se acuerda del último fin de semana que salió.

Javier encuentra a un grupo de gente que conoce. Hay algunas chicas. Una de ellas me pregunta:
-¿Qué te parece la música que ponen?
-Una puta mierda.
Ya no vuelve a hablar conmigo. Debe de ser que tengo dos caras. Me aburro y le digo a mi amigo que me voy. Cuando estoy fuera, lanzo la "copa" al suelo, sorteo como puedo a los borrachos y llego a casa. Entro a mi habitación, saco una botella de vino y el abridor, me tumbo un rato y me quedo dormido.

5 comentarios:

Shiba dijo...

Tooooma jeroma pastillas de goma, con el carnaval del Terraneu...

Yo he tenido la suerte de pasarlo en Malasaña, eso sí, uno de los garitos donde estuve tenía cierto toque a éste Terraneu que me mencionas... con decir que me encontré a los más tirados de mi instituto pijo de religiosos por allí dentro bebiendo...

Me ha encantado lo de "cagarro con brazos". Lo de "Bob" y "George" tiene cojones, también.

Saludos Glasshead.

Mr. Glasshead dijo...

Lucinda: pues yo es la última vez que voy allí, muy mal me tienen que pillar (es decir, muy borracho) para que me atreva de nuevo. Lo increíble es que en el Terraneu no te encuentras a los más tirados, sino virtualmente a todas aquellas personas del pueblo susceptibles de salir de copas una noche. A una amiga mía también le gusta mucho ir, y cuando le pregunto por qué, responde: "no sé, me gusta estar ahí y ver quién hay". Debe de ser que es un lugar con poder de abducción o algo así.

Bob y George son de lo más anormal del pueblo, y eso no es decir poco.

Mr. Glasshead dijo...

Por cierto Lucinda, qué solos estamos en los comments, eh? jeje

Anónimo dijo...

Por partes. Sólo hace falta ver al despistado del Terraneu en la foto para saber inmediatamente que es un crack, sin más. Y el capullo de José Rodríguez el guapo me parece un tipo inconsciente de su talento para elegir disfraces que se adaptan a la personalidad del que lo lleva.

Mr. Glasshead dijo...

Hey Rutenman! La foto esa no sé de dónde es, la encontré en el Google, pero me encanta, de hecho los que hay en segundo plano también parecen bastante cracks. Me recuerda mucho al Irlandés, sin duda. A José Rodríguez por desgracia lo veré hoy porque por un compromismo tengo que ir a cenar a su bar. Ya estoy deseando de nuevo escuchar esa campanilla penetrante que produce unas casi irrefrenables ganas de lanzarle un plato a la cara.