jueves, 22 de marzo de 2007

El trabajo y los idealismos

Hace siete años empecé a trabajar en una empresa de traducciones. Entraba a las nueve y me iba a las siete, salvo cuando era temporada alta, que había que quedarse al menos una hora más (es decir, casi siempre), y por supuesto, sin recibir nada a cambio. El sistema de sueldo que se empleaba resultaba bastante curioso: el sueldo base era una miseria, un chiste, un asunto ridículo, y había que complementarlo con las "primas", cuyo sentido era tan enigmático que no me extrañaría verlas tratadas algún día en Milenio 4. Teóricamente las primas se asignaban según unos cánones de producción, que al final no servían para nada porque el jefe de la empresa las quitaba y las ponía a su gusto.

Me pasé el primer año cobrando poco más del sueldo base. Vi a gente que pasaban en la oficina la mayor parte del día. Arrastraban sus cuerpos miserables, deformados por una vida tan sedentaria y apagada, siempre de un lado para el otro con algo que hacer. Cuando llegaba, parecía que ellos ya llevaban allí varias horas, y cuando me iba, seguían muy ocupados y les quedaba para largo. Vi abusos, traiciones, fidelidades hacia el jefe rotas y otras que se establecían de repente, gente a la que se le marginaba en un despacho sin iluminación y otros que se convertían en los nuevos cabecillas. Aquella empresa era una sonora carcajada a las leyes y estatutos de los trabajadores, a los salarios dignos, al trato humanitario y a cualquier palabra de esas que suenan bien y comprometidas.

De repente, alguien cayó en desgracia y los ojos del jefe, sin yo pretenderlo, se enfocaron directamente en mí. Siempre había ofrecido buenos resultados y además no era un trabajador problemático. Mi sueldo subió espectacularmente de la noche a la mañana, se hicieron oficiales algunas responsabilidades que ya me habían hecho tomar siendo un trabajador normal, y mi margen de escaqueo se incrementó exponencialmente. Se alargaba frente a mí un feliz y brillante futuro profesional: ganar mucho dinero, no dar ni golpe y limitarme a caerle bien al jefe y a no generarle problemas.

Y es aquí cuando llega algo de lo que me voy a arrepentir toda mi vida, y que fue fruto de la inexperiencia y de conservar todavía por entonces ciertos abstractos ideales de justicia laboral e idioteces así. El problema tuvo su origen en mis compañeras de departamento, todas chicas, de modo que se pasaban el día dando por culo con las intrigas de la empresa y con su indignación hacia las injusticias del diabólico jefe. Una de ellas contactó con Comisiones Obreras. Su idea era convocar elecciones para el comité de empresa, órgano que en principio serviría para limitar todos esos abusos. Me dejé llevar por el idealismo de estar haciendo algo correcto, así que yo también formé parte de la lista que se presentó al jefe. Por otro lado, recuerdo que a los de Comisiones Obreras les preguntamos si nuestro sueldo se podría ver afectado en caso de represalia del jefe (lo cual era muy probable). Su respuesta fue: "Imposible. Aunque os quitaran las primas, podríais denunciarle y ganaríais claramente".

Se convocaron elecciones. Ganamos (la otra lista, presentada por UGT, estaba formada por todos aquellos advenedizos que querían representar al jefe y de esta manera ganar estatus). Al mes siguiente, mi sueldo perdió toda prima posible y volvía a ser esos esqueléticos, anémicos, desnutridos números del principio. Acudí rápidamente a Comisiones Obreras. Y me respondieron: "Vaya. Pues no, no se puede hacer nada mientras no te toquen el sueldo base". Ellos ya habían ganado una representación más y les daba igual todo.

Hoy, en una situación similar, no hubiera actuado para nada de esta manera. Por entonces me dejé arrastrar por la presión de la amistad y de los ideales. No estaba convencido, como lo estoy ahora, de que cualquier trabajo es una puta mierda que hipoteca parte de nuestra vida, un mecanismo perverso que obliga a estar ocupado muchas horas al día a cambio de un sueldo y de unos pocos días de vacaciones que jamás compensarán esta pérdida, y que por lo tanto sólo es valioso según lo poco que interfiera en nuestra vida privada.

Aquello me demostró que al final todo el mundo busca su propio interés y que ejercer de revolucionario sin esperar nada a cambio equivale a ser un pardillo.

3 comentarios:

Shiba dijo...

Iba a decir algo... pero conforme iba leyendo simplemente no podía dejar de pensar "qué razón tiene Glasshead".

Lo de luchar por unos ideales a veces es devastador: es una incongruencia, es como pedirle peras al olmo. Muchas veces la gente que tiene más sentido de la justicia es la que sale escaldada de los mismos pitotes en los que se metió, creyendo firmemente (y no sin razón) que hacía lo correcto.

Sin embargo, he de hacer una matización: el trabajo puede ser también una bendición, sobre todo si amas lo que haces. Pero cuando el trabajo absorbe e intimida, aburre y no te aporta nada, entonces apaga y vámonos.

Un saludo.

nobody dijo...

Le compadezco, escuchar a una mujer puede ser positivo, hacer caso a un grupo de mujeres que cuchichean siempre es mortal, si agitamos el coctel con sindicatos... en fin, al menos aprendio la leccion...

saludos

Mr. Glasshead dijo...

Lucinda: dices que "cuando el trabajo absorbe e intimida, aburre y no te aporta nada, entonces apaga y vámonos". Esa frase es como un resumen de mi vida laboral. El día que me paguen por hacer lo que me gusta podré morirme tranquilo.

De hecho, recuerdo que una vez le comentaba algo así a un amigo que se me quedó mirando de manera extraña, y luego me dijo: "Pero tío, el trabajo es sólo para ganar dinero. A nadie le gusta trabajar". Me parece muy fuerte resignarse a perder ocho horas o más cada día de la vida con el objetivo de tener unas buenas vacaciones o comprarse un coche. Demasiado tiempo. Todo este tipo de concesiones me parecen inexplicables.

Kilgore: efectivamente, luego te das cuenta de que los promotores de esa "rebelión" fueron los que menos tenían que perder en caso de que saliera mal. En este caso, "los ideales" fue la excusa de gente que ya estaba marcada para implicar a los demás. Fui muy ingenuo.