jueves, 29 de marzo de 2007

La chica del tren

Hace dos años cogía el tren dos veces por semana, y la veía siempre en el mismo vagón, sentada junto a una mujer rubia y un hombre ya algo maduro. Conversaban a ratos entre sí porque eran compañeros de trabajo. Su cara me parecía delicada, de piel pálida y facciones orientadas a la sonrisa, los ojos muy ingenuos, muy verdes y abiertos. De alguna manera transpiraba sinceridad, bondad, maldad inocente y burlona. Me encantaba verla jugar a un miniparchís con su compañera, hasta que llegaba su estación y se bajaba.

Despertaba en mí una especie de idealismo romántico, una fantasía loca que me hacía tomar el tren con una sonrisa. "En otras circunstancias, probablemente nos habríamos enamorado", pensaba mientras la veía salir del vagón y me hacía el despistado con el libro que leía. Hay ciertas épocas de la vida que recuerdo con nostalgia por vagos detalles como éste, aunque sean puros sueños y divagaciones que no llevan a ninguna parte. Luego me olvidaba y no volvía a pensar en ella hasta que la encontraba otra vez, en el mismo sitio, con la misma gente.

Hace un par de días, volví a tomar ese tren casualmente. Me senté, me puse los auriculares y topé con unos ojos y una sonrisa que ya había visto antes y que transmitían calidez. Ella estaba justo delante de mí, también con aquel tipo maduro, pero con una novedad: a su lado, un joven extendía las piernas sin preocuparse demasiado. Llevaba pendientes, cadenas y anillos de oro, piercings y uno de esos rapados a lo mohicano que ahora están de moda entre determinados sectores de infraseres. Y todo eso rematado con una chaqueta deportiva molona y unos tejanos repletos de bolsillos.

El hombre maduro se bajó en su parada y se quedaron solos él y ella. Primero habló aquel tipo. Tenía una voz ronca, grosera, de palabras secas y rasposas como una mierda aguantada durante días. Y cada vez que se reía daba la impresión de estar más bien rebuznando. Extendió una mano y le cogio la suya. "Así que son novios". Poco después se sentó a su lado y empezaron a besarse, bien abrazaditos, ella con los ojos cerrados y expresión absorta, degustando cada segundo de aquel momento.

En unos asientos algo más a la derecha también había un chico y una chica, pero en una actitud muy distinta. La chica le hablaba de historia del arte. Él se limitaba a dar su opinión desde un conocimiento evidente del tema, haciendo uso de un lenguaje culto y refinado, cuidadoso y preciso, en ningún momento pedante. Hablaban con un tono de voz normal, incluso sosegado, pero en el vagón había poca gente y cualquier palabra podía oírse a unos pocos metros. Justo cuando él estaba hablando de un dialecto antiguo, se hizo un silencio y se le pudo oír claramente. Como un resorte, el tipo de delante de mí dejó de besar a su novia y le observó fijamente. Y entonces graznó:

-¿Pero qué le pasa a ese pavo?

Y se rió con su rebuzno, y ella también se rió. El joven al que se refería lo miró, pero no hizo nada más, aunque dada su constitución y su estatura podría haberlo tumbado fácilmente si hubiese querido. La pareja siguió besándose, el joven continuó hablando de dialectos antiguos y todo quedó ahí hasta que el novio se levantó, le dio un beso y le dijo un "adiós" con una voz cavernosa que parecía venir desde la más profunda de las resacas. Allí se quedó ella, otra vez con su aspecto cándido, ilusionado, burlón, que siempre había tenido y que me había cautivado, pero ahora con las bragas mojadas.

Cuando me bajé en mi estación, vi en el andén a una chica que me resultó familiar. Enseguida me acordé de que antes, cuando iba a la universidad, solía estar ahí, esperando el tren en idéntico sitio. Siempre me había llamado la atención su retorcida, inexplicable fealdad, de sorprendentes y grotescos matices. Seguía ahí tal cual, sin que el tiempo hubiera realizado cambio alguno en su cara, en su pose, en su espera de mujer fea de la que nadie se acuerda hasta que pasados los años parece reivindicar su lugar propio en nuestra vida.

jueves, 22 de marzo de 2007

El trabajo y los idealismos

Hace siete años empecé a trabajar en una empresa de traducciones. Entraba a las nueve y me iba a las siete, salvo cuando era temporada alta, que había que quedarse al menos una hora más (es decir, casi siempre), y por supuesto, sin recibir nada a cambio. El sistema de sueldo que se empleaba resultaba bastante curioso: el sueldo base era una miseria, un chiste, un asunto ridículo, y había que complementarlo con las "primas", cuyo sentido era tan enigmático que no me extrañaría verlas tratadas algún día en Milenio 4. Teóricamente las primas se asignaban según unos cánones de producción, que al final no servían para nada porque el jefe de la empresa las quitaba y las ponía a su gusto.

Me pasé el primer año cobrando poco más del sueldo base. Vi a gente que pasaban en la oficina la mayor parte del día. Arrastraban sus cuerpos miserables, deformados por una vida tan sedentaria y apagada, siempre de un lado para el otro con algo que hacer. Cuando llegaba, parecía que ellos ya llevaban allí varias horas, y cuando me iba, seguían muy ocupados y les quedaba para largo. Vi abusos, traiciones, fidelidades hacia el jefe rotas y otras que se establecían de repente, gente a la que se le marginaba en un despacho sin iluminación y otros que se convertían en los nuevos cabecillas. Aquella empresa era una sonora carcajada a las leyes y estatutos de los trabajadores, a los salarios dignos, al trato humanitario y a cualquier palabra de esas que suenan bien y comprometidas.

De repente, alguien cayó en desgracia y los ojos del jefe, sin yo pretenderlo, se enfocaron directamente en mí. Siempre había ofrecido buenos resultados y además no era un trabajador problemático. Mi sueldo subió espectacularmente de la noche a la mañana, se hicieron oficiales algunas responsabilidades que ya me habían hecho tomar siendo un trabajador normal, y mi margen de escaqueo se incrementó exponencialmente. Se alargaba frente a mí un feliz y brillante futuro profesional: ganar mucho dinero, no dar ni golpe y limitarme a caerle bien al jefe y a no generarle problemas.

Y es aquí cuando llega algo de lo que me voy a arrepentir toda mi vida, y que fue fruto de la inexperiencia y de conservar todavía por entonces ciertos abstractos ideales de justicia laboral e idioteces así. El problema tuvo su origen en mis compañeras de departamento, todas chicas, de modo que se pasaban el día dando por culo con las intrigas de la empresa y con su indignación hacia las injusticias del diabólico jefe. Una de ellas contactó con Comisiones Obreras. Su idea era convocar elecciones para el comité de empresa, órgano que en principio serviría para limitar todos esos abusos. Me dejé llevar por el idealismo de estar haciendo algo correcto, así que yo también formé parte de la lista que se presentó al jefe. Por otro lado, recuerdo que a los de Comisiones Obreras les preguntamos si nuestro sueldo se podría ver afectado en caso de represalia del jefe (lo cual era muy probable). Su respuesta fue: "Imposible. Aunque os quitaran las primas, podríais denunciarle y ganaríais claramente".

Se convocaron elecciones. Ganamos (la otra lista, presentada por UGT, estaba formada por todos aquellos advenedizos que querían representar al jefe y de esta manera ganar estatus). Al mes siguiente, mi sueldo perdió toda prima posible y volvía a ser esos esqueléticos, anémicos, desnutridos números del principio. Acudí rápidamente a Comisiones Obreras. Y me respondieron: "Vaya. Pues no, no se puede hacer nada mientras no te toquen el sueldo base". Ellos ya habían ganado una representación más y les daba igual todo.

Hoy, en una situación similar, no hubiera actuado para nada de esta manera. Por entonces me dejé arrastrar por la presión de la amistad y de los ideales. No estaba convencido, como lo estoy ahora, de que cualquier trabajo es una puta mierda que hipoteca parte de nuestra vida, un mecanismo perverso que obliga a estar ocupado muchas horas al día a cambio de un sueldo y de unos pocos días de vacaciones que jamás compensarán esta pérdida, y que por lo tanto sólo es valioso según lo poco que interfiera en nuestra vida privada.

Aquello me demostró que al final todo el mundo busca su propio interés y que ejercer de revolucionario sin esperar nada a cambio equivale a ser un pardillo.

martes, 13 de marzo de 2007

Mangaku Musume

Lo reconozco. Esta vez debo rendirme a Viruete. Y no por el artículo que acabo de enlazar, que me parece una puta mierda, sino por el vídeo que me ha hecho descubrir. Aquí está:



No os engañéis a vosotros mismos, seguro que volvéis a verlo varias veces más. Hay que reconocer que la canción es pegadiza, y además las chicas cantan muy bien. Pero no todo se reduce a eso. Porque este vídeo está en la fina línea que separa la vergüenza ajena del desparpajo, lo abominable de lo genial. Me gusta mucho ese terreno incierto y nebuloso.

Las Mangaku Musume, sus autoras, son uno de esos grupos de chicas que nacen en las cloacas de los institutos y que les da por lo japonés como podría darles por la costura o por la religión. A pesar de todo, creo hay algo muy auténtico en ese vídeo, aunque sólo sea esa admirable capacidad para hacer el ridículo y encima vivirlo con pasión.

Reconozco que no me gusta nada ese tipo de cultura japonesa tan superficial, tan infantil y azucarada, de hecho me da tirria que gente sin demasiada cultura más se consideren fanáticos de lo "japonés". Es sólo una moda con la que están dando mucho por culo, la verdad, y que va a hacer que los marginados de instituto puedan considerarse especiales en algo (aunque sea en hacer el gilipollas) y que ni siquiera desarrollen un poco de sentido del humor o de sarcasmo. Penosas, como ya he dicho en otros artículos, las procesiones de granos, pelo grasiento y sebo que se dan actualmente en las tiendas de tebeos o en el Fnac.

Pero sí me gusta este vídeo, aunque quizá sea sólo por el hecho de ver a esa gente sin complejos dando lo mejor de sí misma. Me hace gracia esa gorda vestida de rojo que sale casi todo el tiempo, parece muy maja y lo hace muy bien. O ver esas caras de no haberse comido una polla en toda su vida luchando por autorrealizarse. Increíble.

Las admiro, la verdad.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Más pagafantas que el pagafantas

Seguramente recordaréis este vídeo:



Alberto, su protagonista, se llevó todo tipo de improperios, muestras de indignación y odio, todo por su poca sangre. Digamos que vivió un drama humano que encima luego se expandió por toda la red. En el anterior artículo que escribí sobre el asunto, uno de los comentaristas dice lo siguiente:

"Hola, Soy Alberto. Asta hace poco, era un completo desconocido. Ahora, por culpa de un gilipollas al que creia amigo, estoy siendo el azmereir de todo Internet (...) Ahora la gente se rie de nosotros en los conciertos, gritandome maricon pringao y pagafantas los cabrones no se atreven a decirmelo a la cara y se ocultan entre el publico para reirse."

Dudo mucho que éste sea el verdadero Alberto, pero bueno, resume un poco la repercusión que el asunto ha tenido. Ha habido saña, crueldad, puñetazos bajos, linchamiento indiscriminado. Y resulta que hace poco sale la chica del vídeo hablando sobre este suceso. Y nos cuenta lo siguiente (son tres vídeos, los dos primeros de unos nueve minutos; con este último, más corto, tenéis más que bastante):



La chica aparece en un plan muy distinto al del vídeo original. Sale con gorra, supongo que para darse a sí misma cierto aire de trascendencia o seriedad, con carantoñas también de seriedad y con un tono de voz igualmente de seriedad. Ahí acaba todo, no dice más que estupideces inconexas, sin ningún tipo de coherencia, con un discurso muy plano y aburrido que hace dudar de su número de cromosomas.

Sin embargo, lo más curioso de todo, lo que me llama la atención, es el efecto que los vídeos de este tocho ha tenido en los blogs que durante estos meses se han dedicado a apalear a Alberto y a tratar de dejarlo en ridículo. Por ejemplo, observemos lo que dice este blog de mierda:

"Está claro que el fenómeno del ‘pagafantas’ es ya imparable, pero al menos para nosotros después de estos vídeos tiene poco sentido seguir con el tema. En ellos vemos a una muchacha seria, algo nerviosa, que habla con el corazón y dice las cosas como son. Nosotros sólo habíamos pensado en Alberto aka pagafantas, ella era algo secundario y desde aquí queremos pedirla perdón por la parte de culpa que nuestro blog ha tenido en toda esta historia."

Casi todos los demás blogs han seguido esta absurda tendencia que no demuestra más que el hecho de que sus autores son más pagafantas que el propio Alberto, calzonazos, peleles, gañanes, ridículos, subnormales hasta la náusea. Me parece más lamentable este último párrafo que el propio vídeo de esa simulación de ser humano.

Felicidades, Alberto, estás muy por encima de ellos y ahora podrás con toda justicia reírte en su cara.

jueves, 1 de marzo de 2007

El hablador

Hemos quedado en el bar de José Rodríguez, el guapo. Mi amigo Severí viene con su último ligue, una chica de 26 años divorciada, con dos hijas y cocainómana. El día anterior me enseñó una foto de ella desnuda. Cuando llegan y se sientan a la mesa, casi todos hemos visto ya la foto.
Los otros son Dani, un tipo al que hace mucho tiempo que no veo, y Ricard, su vecino. José Rodríguez se sienta con nosotros de vez en cuando, como es su costumbre, pero se va al poco rato porque tiene que repartirse entre sus admiradores para enseñar las abdominales a la menor ocasión. La amiga de Severí casi no habla, sólo está pendiente del móvil. La llaman, sale, vuelve a la mesa, la vuelven a llamar, sale, y así toda la noche. Y por otro lado, no conozco demasiado a Ricard, el vecino de Dani. Es un tipo bajito con la cara cuadrada. Empieza a abrir la boca y entonces no vuelve a cerrarla.
Ricard cuenta pocas anécdotas, quizá dos o tres y todas relacionadas con peleas, borracheras y putas. Pero no deja de hablar, porque el truco que utiliza es muy sencillo: repetir las mismas historias una y otra vez, en un bucle infinito. Si alguien trata de participar o decir algo diferente, eleva el tono de voz para imponer sus batallas.
Intento hablar con Dani. Lo conozco desde que teníamos quince años, pero entonces no me caía muy bien. Empecé a cambiar mi opinión sobre él hace un par de años. Ocurrió en su casa, en Cercadepins, una periferia próxima a mi pueblo. Era la noche de San Juan y había mucha gente cenando. Por entonces, Dani tenía una novia posesiva, fea, malintencionada, suspicaz. Era auxiliar de veterinaria, y a alguien se le escapó que hacía una colección con los genitales de los perros que capaba. No pude evitar preguntarle sobre el asunto y quizá pensó que me reía de ella. Más avanzada la noche, me dio por decir en un momento dado:
-A mí me gusta que mi novia me escupa en la mano y después tragármelo.
Ella saltó como un resorte.
-Me parece una falta de respeto increíble para tu novia que cuentes eso.
A partir de entonces, aquella chica dejó de saludarme en las cenas, reuniones o fiestas. Si me veía rondar por ahí, se ponía a hablar con sus amigas mientras me miraban y se reían por lo bajo. Me gustó de Dani que siempre me trató igual de bien y sin tener en cuenta las opiniones de su novia. No todo el mundo posee la capacidad de no ser un pelele.
Ahora hace unos meses que lo han dejado. Hablamos un rato mientras el bueno de Ricard sigue jodiendo con sus historietas. A Dani lo he considerado siempre un ligón. Me sorprende mucho lo que me cuenta sin el menor atisbo de victimismo o falsa modestia:
-Quiero conocer a chicas ahora que lo he dejado con mi novia, pero no soy capaz, no tengo el empuje porque nunca me he visto atractivo ni interesante. Estoy yendo a una psicóloga.
Mi amigo Severí se va a llevar a su ligue a su casa. Y a mí Ricard y sus anécdotas me han provocado dolor de cabeza, así que voy hacia la barra, donde ya no está José Rodríguez, y me sirvo un cubata bien cargado. Me lo bebo y me sirvo otro en el mismo vaso, que me acabo igualmente. Después lo disimulo entre los otros vasos sucios. Vuelvo a la mesa. Me cuesta comprender que la novia de Ricard sea Mercedes, una chica de sutil, refinada belleza que sirve copas en el Irlándes, y que parece flotar en una atmósfera distinta a la de las otras camareras que trabajan con ella.
-¿Dónde has estado, Glasshead? -me pregunta José Rodríguez.
-Me han llamado al móvil.
Ricard sigue hablando, ahora con la nueva novia de José Rodríguez, una tipa con una cara extraña de muñeca que además se hace la interesante llevando una gorra absurda. Le explica la misma anécdota que lleva horas contándonos a nosotros. Mi paciencia está llegando a su fin. Mi amigo Severí regresa. Me cuenta que su amiga le ha comido el rabo un poco en el coche. Nos vamos al Irlandés.
-¿Cómo ha ido? -me pregunta Severí.
-No soporto a ese gilipollas que no para de hablar.
-Ah, pues a mi amiga le ha caído muy bien. Dice que es muy divertido.